domingo, 24 de marzo de 2013

La inversión desagradecida

La imagen profesional, y personal, siempre juega "su partido", piensa el cansado Antonio mientras su peluquero se esmera en "rehabilitar" su descuidada imagen, castigada por el enorme trabajo que le ha llevado la dirección de la obra y, sobre todo, la reciente apertura. Hace ya un par de semanas que han finalizado las obras en la cafetería y la cocina de un nuevo hospital, el segundo en la ciudad, llevadas a cabo por su empresa como parte de la inversión solicitada en concurso. El pliego de condiciones estipulaba la obligatoriedad de aportar la construcción de una cocina y una cafetería por parte de la empresa que resultara ser adjudicataria del servicio. La cocina debía de constar de varias cámaras frigoríficas, almacenes, cuartos fríos, cocina, plonge, despachos, aseos, vestuarios, etc. Además, debería aportar toda la maquinaria necesaria, basculantes, marmitas, fuegos, hornos, trenes industriales de lavado, cintas de emplatado, y un largo etcétera, así como  el mobiliario, vajilla, utillaje, etc. La empresa de restauracion colectiva, para la cual trabaja Antonio, ganó el concurso al cual se presentaron varias empresas, cada una de ellas con un proyecto diferente. La inversión ofertada y un precio de tarifa menor que la competencia fueron determinantes en la adjudicación.

La cocina, con la maquinaria a la vanguardia, posee una operatividad fantástica, y cumple con las innumerables especificaciones técnicas exigidas por la normativa sanitaria y de prevención de riesgos laborales, entre otras. La cafetería ha quedado realmente preciosa, con una decoración adaptada, con espaciosos amplios  y cómodos que se disputan el moderno mobiliario con madera wenge, combinado equilibradamente con el blanco brillante de las sillas, donde se refleja sutilmente la luz natural que se introduce tímidamente por las innumerables ventanas, complementada por varios focos de diseño, estratégicamente dispuestos sobre deliciosos alimentos. Sin embargo, Antonio está realmente preocupado por las continuas quejas sobre los precios, los más bajos en su conjunto de todas las ofertas presentadas, pero más altos que los de otros centros que no tienen que soportar la inversión llevada a cabo.

 Una clienta de la peluquería reconoce a Antonio y se dirige a él educadamente:

- Perdone. Usted, ¿trabaja en la cafetería del viejo hospital?

- Efectivamente. ¿Trabaja también usted allí?

- No, en el nuevo. No vea que diferencia con el hospital viejo, los precios del nuevo son carísimos. Menuda empresa "ladrona" la que se ha llevado la concesión.

- ¿Conoce usted que es la misma empresa?

- ¿Está seguro? ¡No puede ser!

- ¡Como se lo digo! Yo mismo dirijo las dos. ¿Sabe usted la inversión que hemos tenido que hacer en el nuevo hospital? Desde la obra completa de la cocina y cafetería, hasta la maquinaria y el mobiliario. Todo lo ha tenido que aportar la empresa para la que trabajo. Cientos de miles de euros y, encima con la actual crisis, imposible de recuperar en los seis años de la concesión, incluso con estos precios. Los clientes pagarán una pequeña parte de la inversión, vía precio, pero la mayor parte nuestra empresa. Gana el hospital, que contará, libre de presupuesto, con una cocina y una cafetería nuevas.

- ¡No sabía nada! disculpe. De todos modos, no voy a consumir, con mi parte no cuente.

El peluquero se esmera con las tijeras, pero la cara que se le ha quedado a Antonio, difícilmente la podrá mejorar.  

¿Deben las instituciones públicas financiar sus inversiones vía precio al público?

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